Benditos

Benditos sean aquellos que crean en lo imposible. Benditos sean los que escuchan, los que miran, los que perdonan y los que aman. Benditos los que se asombran. Benditos los que creen en la belleza. Benditos los que buscan espejos enterrados en la arena. Benditos sean los deliciosos y los delicados. Benditos sean los felices.

Andrés Ibáñez,   El perfume del cardamomo.

 

Licor de la felicidad

Y aquél fue el final de los piratas de los siete colores, poseídos por el afán de la lectura purgan sus muchos pecados, y los ríos de sangre derramada, aprendiendo a comprender el misterio de la realidad y el insondable abismo del alma, temblando ante la Belleza que trae la comprensión y despertando en su interior las ramificaciones iridiadas de la Gran Lámpara del hombre de cinabrio. Y son felices, en efecto, son felices. ¿Por qué no había de ser posible purgar el karma de las malas acciones gustando de forma interminable el licor de la felicidad?

Andrés Ibáñez,   El perfume del cardamomo.

…sólo es para los valientes

Escucha:
Hay un camino. Comienza más allá de los enebros, pero si lo buscas durante el día no lo encontrarás. Espera la llegada de la tarde, y refúgiate en el pabellón con una jarra de té, una alfombra y unos cuantos libros.  Así esperarás la llegada de la noche. Cuando el té se quede frío, desenrolla la alfombra y siéntate en el centro: sus dibujos te protegerán contra los malos espíritus. Los libros distraerán tu mente. Elige libros de poesía o de historias caballerescas, pero evita la filosofía o los tratados morales, que estropean la digestión y agrían el carácter. Déjate llevar por los senderos de las historias, degusta con delectación los nombres de los países inventados.
Contempla las flores imaginarias, enamórate de las damiselas de papel. Al mismo tiempo, espía la aparición de la primera estrella. Cuando oigas el grito del pájaro de la noche, ponte en pie y camina hasta el extremo del jardín.
Entonces lo verás. Presta atención, porque el camino se abre una vez nada más. Tómalo, no mires atrás. La vida sólo es para los valientes.

Andrés Ibáñez, El perfume del cardamomo

 

Campo

Más tarde comprendí que los campesinos, como también les ocurre a los niños, no saben lo que es la belleza campestre. Donde otros ven un paisaje, ellos solo ven un sembrado, una dehesa, un erial bueno para cabras, un cerro o un barbecho. No se han parado a contemplar la naturaleza, sino que viven revueltos, confundidos con ella. Recuerdo mi estupor y mi alegría cuando leí en los libros de texto los primeros fragmentos literarios donde se describía la belleza del campo, y las ganas locas que sentí de ver a mis padres y abuelos y a mis tíos y a mis primos mayores para contarles lo bonita que era la naturaleza, sus muchos colores y tonalidades, el horizonte, el canto de los pájaros al amanecer, la paz y el silencio, el rumor del arroyo.

Ahora sé que se hubieran reído de mí, del mismo modo que ahora, cuando recuerdo los campos de mi niñez, por encima de la belleza, se me revela ante todo un paisaje hecho de historia; es decir, de tiempo y de dolor.»

Luis Landero, el balcón en invierno

Contadora

Todos sabían contar muy bien, porque todos contaban en el molde en que a ellos les contaron, pero la mejor narradora, y la que más cosas sabía, que parecía un pozo sin fondo, era mi abuela Frasca. Mi abuela Frasca había sido pastora desde la niñez hasta el matrimonio y era totalmente analfabeta, pero dominaba como nadie el arte de contar, y eso se notaba enseguida en el tono, en la línea melódica de la voz, en las pausas, en el movimiento acompasado de las manos…»

Luis Landero