Tiempo de Adviento

Adviento invita a meditar sobre el tiempo, el modo en que lo vivimos y comprendemos. El tiempo corre, se nos escapa; esa es la sensación que tenemos a menudo. O somos nosotros que corremos hacia el futuro devorando tiempo.
Por otro lado está la sensación de que todo vuelve a ser lo mismo, de que no hay nada nuevo bajo el sol. El tiempo corre describiendo un círculo; la historia se repite. Subimos una pesada piedra hasta la cima de un colina para que inmediatamente ruede hasta abajo; y vuelta a empezar.
Adviento significa venida. Es una inversión de la lógica: no somos nosotros los que corremos hacia el futuro sino que es el futuro el que se acerca a nosotros.
El cristianismo ha dado este giro a la historia. Ni eterno retorno, ni un futuro infinito, inalcanzable. El futuro se acerca y comprime la historia.
Adviento anuncia dos venidas de Cristo. La primera en la encarnación. Dios que se hace hombre: materia, dolor y esperanza. Esta ocurrió en el pasado. De ella hacemos memoria. La segunda está ocurriendo en el futuro. «¡Vengo pronto!». La esperamos, somos atraídos hacia ella.
Recordamos la venida de Cristo, esperamos la venida definitiva de Cristo. Entonces «Dios será todo en todos». Nuestra historia discurre entre estos dos acontecimientos. El tiempo no se mide por el transcurrir de las agujas de un reloj sino por la densidad de la espera del Señor. El tiempo es la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros, la que demora su venida. «Estoy a la puerta y llamo».
Nosotros hemos contemplado el futuro, la humanidad nueva. Se nos ha dado avistar el horizonte. Por eso lo anunciamos, aún en la oscuridad presente y sumidos en la niebla. «¡Tierra!». Hay una tierra que mana leche y miel.
La figura de Adviento es María a la espera de Dios. En la Mujer se condensa la espera de toda la humanidad, la esperanza de un pueblo. En ella la creación entera gime con dolores de parto.

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