Resulta muy llamativo comprobar cómo Teresa, a medida que empieza a gozar de «mercedes espirituales», lejos de endiosarse o apartarse de las realidades humanas, se humaniza más. Ciertamente, está «engolfada de Dios»; pero sus cualidades humanas, lejos de anularse o desdibujarse, se hacen más nítidas, cobran una mayor energía y atractivo. Y, a la vez, comprobamos que, cuanto más inefables o sublimes son las mercedes místicas que Teresa recibe, más patente resulta su preocupación por la vida que le rodea, por las cosas menudas y sencillas que componen su existencia cotidiana y la de sus semejantes. Aunque esté con la vista siempre clavada en el cielo, Teresa está siempre con los pies afianzados en la tierra; aunque sus desvelos sean celestiales, sus trajines son terrenos. La proximidad y amistad con Dios no la encierran en una torre de marfil, no la empujan al apartamiento o al desdén de los asuntos humanos (aunque sí, desde luego, de las pompas mundanas), sino que la incitan a remangarse y zambullirse en las corrientes de su época.
Juan Manuel de Prada
Autor: Nano Crespo
Si queréis
Ser santo
El primer paso para ser santo, es desearlo. Jesús quiere que seamos tan santos como su Padre. La santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con alegría. Las palabras «deseo ser santo» significan: quiero despojarme de todo lo que no sea Dios; quiero despojarme y vaciar mi corazón de cosas materiales. Quiero renunciar a mi voluntad, a mis inclinaciones, a mis caprichos, a mi inconstancia y ser un esclavo generoso de la voluntad de Dios.
Con una total voluntad amaré a Dios, optaré por Él, correré hacia Él, llegaré a Él y lo poseeré. Pero todo depende de las palabras, «Quiero» o «No quiero». He puesto toda mi energía en la palabra «Quiero».
Teresa de Calcuta
Santidad y silencio
Para ser santos necesitamos humildad y oración. Jesús nos enseñó el modo de orar y también nos dijo que aprendiéramos de Él a ser mansos y humildes de corazón. Pero no llegaremos a ser nada de eso a menos que conozcamos lo que es el silencio. La humildad y la oración se desarrollan de un oído, de una mente, y de una lengua que han vivido en silencio con Dios, porque en el silencio del corazón en donde habla Él.
Teresa de Calcuta
Pilar
Contemplar
Oración y Gracia
Oración y realidad
Oración y tentación
No meter excesivo ruido al cuerpo, que está tan ruidoso, y tan empecatado. Si se lo meto, y me rebozo en el barro de la sensualidad, a la que soy tan dado, no me preocupo tanto de mi pecado cuanto que me gozo en su misericordia. Cuando me viene la tentación del «yo no soy digno» me digo que ya lo se, pero que todo esto se produce no por mis méritos sino conforme a su bondad.
Oración y entorno
Procuro cuidar también el entorno, fuera de el rato de la oración: acercarme a la palabra de Dios, al hermano solo y desamparado, cuidar mi presencia en la eucaristía, alguna lectura, disfrutar de la belleza, de la poesía, de la música, aceptar la realidad, contemplar la vida como don, dar siempre gracias, aceptar lo extraño de mi trabajo y situación.
Oración y tiempo
Poseo tiempo: lo ofrezco. Sin preguntarme si rezo bien o mal, si me distraigo o no me distraigo, si me dice o no me dice, si me centro o no me centro. Porque cuando hago todo esa labor de reflexión sigo poniendo mi corazón, mi voluntad y mi inteligencia en mí mismo ( en mi hacer) y no en Dios que hace en mí como quiere, cuando quiere, donde quiere.
Oración del ser
Pongo lo que tengo: mi ser, con sus distracciones, con su pecado, con su incoherencia, con sus fantasías de omnipotencia, con su ego saturado; pongo y ofrezco sin esperar nada a cambio. Sin buscar sentimientos, mociones, luces, consuelos…si vienen bien, si no también. Solo buscando darme a Dios para que haga desaparecer mi yo en su mar.