Vida contemplativa

Hoy celebramos en la Iglesia la solemnidad de la Santísima Trinidad, y estamos invitados a rezar por los religiosos y religiosas que se han consagrado a la vida contemplativa.


El siguiente TESTIMONIO es de una monja del Monasterio cisterciense de Buenafuente del Sistal:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador» (Lc 1, 46s.). Con las palabras de nuestra Madre la Virgen y viviendo bajo su amparo no puedo más que decir que estoy profundamente agradecida al Señor, y reconocer con el profeta que «me has agarrado y me has podido» (Jer 20, 7), el Señor ha sido más fuerte que yo, me ha vencido.

Me ha vencido y me vence, no me ha aplastado, ni me coloca una argolla en el cuello, no fuerza mi voluntad, es el Amante paciente que con inmensa ternura espera, me concede la gracia de decirle «sí». En su gran poder, el Señor es un Guerrero valeroso que lucha contra el enemigo y va derribando cada día mis idolatrías. Dios Todopoderoso en su infinito amor por todos nosotros, con el único deseo de que seamos felices, para que sea y viva tal y cómo él ha pensado en mí, que es sencillamente que yo sea feliz, que pueda ser sólo para Él, lucha cada día con mis enemigos: con mi soberbia, mis envidias, mi deseo de ser… «Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies, debajo de tus pies» (Sal 110, 1). Sí, en este combate no me he cansado, ni se han desgastado mis sandalias, antes al contrario puedo decir con el salmista «has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino» (Sal 4).

La historia de todos tiende a un único fin: ser en plenitud, para que así participemos ya aquí en esta tierra de la Vida Eterna. Para mí el Señor ha pensado en esta comunidad de Buenafuente del Sistal, una pequeña comunidad cisterciense que desde el año 1243 alaba ininterrumpidamente al Señor desde este bello rincón del Alto Tajo en la provincia de Guadalajara.

No es el monasterio que yo hubiese escogido, ni la comunidad… Sin embargo

todo lo ha dispuesto el Señor para que día a día vaya siendo un poco más para Él y un poco menos para mí, para que pueda salir de mí misma, dejar de vivir haciendo ladrillos para el faraón, que es mi «yo» que nunca se sacia, y empezar a ser libre para entregarme,

todo esto en la precariedad de mi pobreza, pobre de solemnidad, todo lo recibo del Señor, solo he de pedírselo y salir a recoger «el maná» cada día.

Monja, que significa sola, sola a Solo, sola para el Señor en un monasterio, un cenáculo eucarístico donde la hermana es Cristo, la comunidad es Cristo resucitado y vivo para el mundo, Cristo encarnado en las pobres y pequeñas mediaciones que somos cada una de las hermanas que conformamos la comunidad. Y en la comunidad igual que en el altar, el Señor obra el milagro de comunión, a pesar de mi lepra, la autosuficiencia y la razón, que me aíslan y excluyen de la vida comunitaria; por gracia del Espíritu Santo y por su infinita misericordia, a pesar de nuestras miserias y debilidades, estamos llamadas a ser la humanidad de Cristo resucitado hoy para tantos hermanos nuestros que no conocen el amor de Dios.

Ante tal abundancia y prodigalidad de amor del Señor por esta su pequeña, sólo le pido que no me suelte de su mano, aunque yo lo intente, y caminar siempre por el abismo de esta vida con paz y alegría porque voy agarrada de su mano.

En Ti

Dios mío:

(…) haz que tras haber descubierto la alegría de utilizar todo crecimiento para hacerte, o dejarte crecer en mí, acceda tranquilo a esta última fase de la comunión en el curso de la cual te poseeré disminuyéndome en Ti. Tras haberte percibido como Aquel que es “un más yo- mismo”, haz, llegada mi hora, que te reconozca bajo las especies de cada fuerza, extraña o enemiga, que parezca querer destruirme o suplantarme. Cuando sobre mi cuerpo (y aun más sobre mi espíritu) empieza a señalarse el desgaste de la edad; cuando caiga sobre mí desde fuera, o nazca en mí por dentro, el mal que empequeñece o que nos lleva; en el minuto doloroso en que me dé cuenta, repentinamente, de que estoy enfermo y me hago viejo; sobre todo en ese momento en que sienta que escapo de mí mismo, absolutamente pasivo en manos de las grandes fuerzas desconocidas que me han formado;

Señor, en todas estas horas sombrías, hazme comprender que eres Tú (y sea mi fe lo bastante grande) el que dolorosamente separa las fibras de mi ser para penetrar hasta la médula de mi sustancia y exaltarme en Ti.

Sí, cuanto más me incrusta el mal y más se hace incurable en el fondo de mi carne, a Ti más te cobijo, como un principio amante, activo, de depuración y de liberación. Cuanto más se abre ante mí el futuro como una grieta vertiginosa o un oscuro paso, más confianza puedo tener, si me aventuro sobre tu palabra, de perderme o abismarme en Ti, de ser, Jesus, asimilado por tu Cuerpo.
Energía de mi Señor, Fuerza irresistible y viviente, puesto que de nosotros dos Tú eres infinitamente el más fuerte, a Ti es a quien compete el papel de quemarme en la unión que ha de fundirnos juntos. Dame todavía algo más precioso que la gracia por la que todos los fieles te ruegan. No basta con que muera comulgando. Enséñame a comulgar muriendo.

Pierre Teilhard de Chardin, El Medio Divino

ASCENSIÓN

Cristo «me lleva todo entero en sí mismo, junto con todo lo que es mío, a fin de aniquilar en sí toda maldad, como el fuego que consume la cera o el sol que hace desaparecer la bruma de la tierra, de modo que yo participe de lo que es suyo gracias a esta mezcla (de su naturaleza con la mía)».

Gregorio Nacianceno, s. IV

¡Llévame contigo al cielo!

La mirada

«El Señor pues miró a Pedro; ante las calumnias de los sacerdotes, las mentiras de los testigos, las injurias de los que lo golpeaban y abofeteaban, encontró con las misma mirada que anteriormente había visto su turbación a su discípulo sacudido. La Verdad lo penetró con su mirada justo allí donde su corazón tenía necesidad de curación. Fue como si la voz del Señor se hubiera hecho oír para decirle: “¿Dónde vas, Pedro? ¿Por qué te retraes dentro de ti mismo? Vuelve a mí, confía en mí y sígueme. También tú superarás la prueba. No dejes que te desconcierte la debilidad que he tomado sobre mí. Por lo que yo he tomado de ti, he temblado, pero tú, por lo que tienes de mí, no tengas miedo».
San León Magno, s. V

El beso

«Hace unos años, cuando estaba en Irlanda, conducía un día por una carretera secundaria y escuchaba la radio. El programa era un concurso consistente en componer relatos breves, este fue uno de ellos:

– Bienvenido a casa, hijo.
– Hola, Padre.
– Qué alegría me da verte. Hacía mucho tiempo.
– Sí, Padre, mucho tiempo. Ha sido duro. Duro como los clavos. Duro como la madera.
– Ya lo sé. ¿Qué fue lo más duro?
– El beso, Padre, el beso. (Una larga pausa.)
– Sí, pasa y deja que te abrace.

Casi me salgo de la carretera. Después de unos segundos me puse a llorar.»

Megan McKenna, La cuaresma día a día.

«Buscad siempre su rostro»

«El Dios que buscamos espero venga en mi ayuda para que mi trabajo no sea estéril y podamos entender lo que dice este sagrado salmo: Alégrese el corazón de los que buscan al Señor; buscad al Señor y fortaleceos; buscad siempre su rostro. Parece que jamás se encuentra lo que siempre se busca, ¿cómo pues, ha de alegrarse y no sentir tristeza el corazón de los que buscan, si no pueden encontrar lo que buscan?
Si en la búsqueda puede ser encontrado, ¿por qué se dice: Buscad siempre su rostro? ¿Se ha de seguir buscando una vez encontrado? En efecto, así se han de buscar las realidades incomprensibles, y no crea que no ha encontrado nada el que comprende la incomprensibilidad de lo que busca. ¿A qué buscar, si comprende que es incomprensible lo que busca, sino porque sabe que no ha de cejar en su empeño mientras adelanta en la búsqueda de lo incomprensible, pues cada día se hace mejor el que busca tan gran bien, encontrando lo que busca y buscando lo que encuentra? Se le busca para que sea más dulce el hallazgo, se le encuentra para buscarle con más avidez»
SAN AGUSTÍN, De Trinitate XV, 2, 2.

Decálogo para leer con provecho la Biblia

1. Nunca creer que somos los primeros que han leído la Santa Escritura. Muchos, muchísimos a través de los siglos la han leído, meditado, vivido, transmitido. Los mejores intérpretes de la Biblia son los santos.

2. La Escritura es el libro de la comunidad eclesial. Nuestra lectura, aunque sea a solas, jamás podrá ser en solitario. Para leerla con provecho, hay que insertarse en la gran corriente eclesial que conduce y guía el Espíritu Santo.

3. La Biblia es «Alguien». Por eso se lee y celebra a la vez. La lectura mejor de la Biblia es la que se hace en la Liturgia.

4. El centro de la Santa Escritura es Cristo; por eso, todo debe leerse bajo la mirada de Cristo y cumplido en Cristo. Cristo es la clave interpretativa de la Santa Escritura.

5. Nunca olvidar que en la Biblia encontramos hechos y dichos, obras y palabras íntimamente unidas unas con otras; las palabras anuncian e iluminan los hechos, y los hechos realizan y confirman las palabras.

6. Una manera práctica y provechosa de leer la Escritura es comenzar con los santos Evangelios, seguir con los Hechos y las Cartas e ir entreverando con algún libro del Antiguo Testamento: Génesis, Éxodo, Jueces, Samuel, etcétera… No querer leer el libro del Levítico de corrido, por ejemplo. Los Salmos deben ser el libro de oración de los grupos bíblicos. Los profetas son el «alma del Antiguo Testamento: hay que dedicarles un estudio especial.

7. La Biblia se conquista como la ciudad de Jericó: dándole vueltas. Por eso, es bueno leer los lugares paralelos. Es un método entretenido, pero muy provechoso. Un texto esclarece al otro, según aquello de San Agustín: «El Antiguo Testamento queda patente en el Nuevo y el Nuevo está latente en el Antiguo».

8. La Biblia debe leerse y meditarse con el mismo Espíritu con que fue escrita. El Espíritu Santo es su autor principal y es su principal intérprete. Hay que invocarlo siempre antes de comenzar a leerla y al final, dar gracias.

9. Nunca debe utilizarse la Santa Biblia para criticar y condenar a los demás.

10. Todo texto bíblico tiene un contexto histórico donde se originó y un contexto literario donde se escribió. Un texto bíblico, fuera de su contexto histórico y literario, es un pretexto para manipular la Palabra de Dios. Esto es tomar el nombre de Dios en vano.

+ Mario De Gasperín Gasperín

Obispo de Querétaro

Crimen y Castigo

«He buscado la tristeza, la tristeza y las lágrimas en el fondo de este vaso, y las hallé y las saboreé; pero Él que tuvo piedad de todos los hombres, Él que todo lo comprendió, tendrá piedad de nosotros. Él es el solo juez. Vendrá un día en que preguntará: “¿Dónde está la joven que se sacrificó por una madrastra odiosa y tísica y por niños que no eran sus hermanos? ¿Dónde está la joven que tuvo piedad de su padre terrenal y no se apartó con horror del borracho crapuloso?” Y dirá: “¡Ven! Te perdoné una vez… Te perdoné una vez… Ahora te absuelvo de todos tus pecados, porque fue mucho lo que amaste…” Y perdonará a mi Sonia, sé que la perdonará…»

Sonia es su hija, que se prostituye para poder dar de comer a su familia. Sonia es un “ángel” enviado para rescatar a Raskolnikof, el criminal de la novela. Por ella pasa toda la redención contenida en esta maravillosa historia.

«Todos serán juzgados por Él y Él perdonará a todos: a los buenos y a los malos, a los sabios y a los ignorantes… Y cuando haya concluido con los demás nos llegará la vez. “¡Aproximaos vosotros también! – nos dirá -. ¡Aproximaos, los borrachos, aproximaos, los libertinos, aproximaos, los impúdicos!” Y nosotros nos acercaremos sin temor. Y Él nos dirá: “¡Sois unos cochinos! ¡Lleváis estampado el sello de la bestia! ¡Pero venid!” Y los sabios, los inteligentes dirán: “Señor, ¿por qué admites a esos?” Y Él responderá: “Los recibo, sabios, los recibo, inteligentes, porque ninguno de ellos se creyó digno de esta gracia…” Y nos tenderá los brazos, y nosotros nos precipitaremos en ellos… y nos desharemos en lágrimas… y todo los comprenderemos… Y todo será comprendido por todo el mundo.»

Crimen y Castigo, F. M. Dostoievsky

Oído para Dios

El Papa Benedicto, en su homilía de Nochebuena nos anima a escuchar la música de Dios.

Hay quien dice «no tener religiosamente oído para la música». La capacidad perceptiva para con Dios parece casi una dote para la que algunos están negados. Y, en efecto, nuestra manera de pensar y actuar, la mentalidad del mundo actual, la variedad de nuestras diversas experiencias, son capaces de reducir la sensibilidad para con Dios, de dejarnos «sin oído musical» para Él. Y, sin embargo, de modo oculto o patente, en cada alma hay un anhelo de Dios, la capacidad de encontrarlo.

Puedes leer toda la homilía aquí

Breve diccionario de lo esencial (por Luz Casal)

Hace unas semanas leí una entrevista a la cantante Luz Casal que terminaba de una forma curiosa. Le pedían que definiera algunos términos, que elaborara su propio diccionario de las palabras esenciales.
El resultado es éste. ¿Te atreves tú a elaborar el tuyo propio?

Pasión: «La sal de la vida»
Desengaño: «El fracaso de la ilusión»
Odio: «Sentimiento tóxico»
Amor: «La búsqueda»
Maltrato: «Lo que hacen los cobardes»
Perdón: «Placer que mucha gente desconoce»
Alma: «Espíritu en constante movimiento»
Soledad: «Lo que sentimos en algún momento de la vida»
Sufrimiento: «Prueba de resistencia»
Placer: «La consecuencia de un logro»
Beso: «Comunicación física (yo la utilizo mucho)»
Religión: «Guía que debe servir para elevarnos»
Dios: «Lo más elevado»
Desesperación: «No tener ningún camino alternativo»
Pena: «Perder a un ser querido»
Olvido: «Lo que no quiero»
Herida: «Consecuencia de vivir»
Cenizas: «Antes hubo fuego»
Dar: «Placer»
Lucha: «Trabajo diario»
Felicidad: «Momentos»
Niebla: «Mi infancia»
Volver: «Hacia el norte me iré cuando sepa que ya va llegando la hora»

Entrevista realizada por Juan Cruz para «El País Semanal»