Evangelizar

«Decidme dónde ha existido una sociedad verdaderamente cristiana. Yo no lo sé. Yo sé de algunos hombres dispersos que han vivido en Cristo, y sé de instituciones originadas en su espíritu; pero de que haya existido una sociedad verdaderamente cristiana, de hombres vivos en Cristo, que haya permanecido, yo no lo sé. Por eso creo que la historia verdadera de la humanidad está aún por empezar. Y que este mundo en que vivimos -o creemos vivir- de Estados y leyes, de socialismos y negocios, y de clases… este mundo yo creo que no es más que una prehistoria de la humanidad: que todavía hemos de empezar a vivir -lo que se llama vivir- y que la vida está todavía oculta en nosotros; y que en cada uno de nosotros está todavía el Hijo de Dios predicando su Evangelio, esforzándose por avivar la chispa de la luz eterna, de la que cada hombre es un sagrario, para incendiar el mundo en la vida que guarda dentro, y consumar así la creación en la tierra»

Joan Maragall,

citado por Francesc Torralba en su libro: Jesucristo 2.0

Nuevos doctores de la Iglesia. Nueva evangelización.

Desde hoy tenemos dos nuevos doctores de la Iglesia. Los dos evangelizdores. Que nos muestran cómo tenemos que segir evangelizando en medio de nuestra sociedad.

Santa Hildergarda von Bingen

Hildegard von Bingen, la monja alemana cuya doctrina iluminó la Edad Media. Consejera de pontífices y emperadores, ha sido una de las grandes mujeres “olvidadas” en la historia: mística, poeta, compositoria de bellísimas polifonías musicales, autora de libros de medicina natural, escritora, visionaria, abadesa, mujer polifacética.

Fue una de las personalidades más fascinantes y multifacéticas, en la Edad Media, del  Occidente europeo. En esta figura, se muestra un paradigma de la labor del intelectual. La rebeldía, la voz profética, la valentía ante los poderes del mundo, la nitidez en el pensamiento.

Fajada en mil batallas, supo estar a la altura de las circunstancias y sacar con las herramientas de la época la crítica oportuna, la luz necesaria y el compromiso adecuado para dejar oír su voz en medio de un mundo en crisis, un mundo que se iba transformando.

(Juan Rubio)

San Juan de Ávila

Y cuando delante de Dios se hallaren, trabajen más por escucharle que por hablarle, y más por amarle que por entenderle» Juan de Avila

Como verdadero humanista y buen conocedor de la realidad, la suya es  una teología cercana a la vida, que responde a las cuestiones planteadas en el momento y lo hace de modo didáctico y comprensible.

Es también promotor de interesantes iniciativas que le hacen, de algún modo, pionero del derecho internacional, proponiendo la creación de un tribunal de arbitraje para evitar conflictos armados.

Propuestas de tan elevado alcance, junto con la mirada contemplativa al acontecer cotidiano y a la naturaleza que también nos habla del Creador: «Decí, ¿no habéis visto amanecer alguna mañana? Es cosa mucho de ver. Parece milagro de Dios ver cómo va saliendo el alba, ver cómo cantan todas las avecillas, unas bien, otras mal; es milagro verla; no parece sino que todas llaman a Dios en su manera, todas bendicen a Dios» (Sermón 62).

 «Mira todos —escribe también— los beneficios que Dios te tiene hechos, porque todos ellos son prendas y testimonios de amor. Todo cuanto hay en el cielo y en la tierra, y todos cuantos huesos y sentidos hay en tu cuerpo» (Trat. Amor de Dios, i, 952). «Mírese un hombre mesmo a sí, mire el cielo y mire la tierra, y vea que todo es leña de beneficios para encender en el hombre el fuego del divino amor» (Sermón 70).

Atento a captar lo que el Espíritu inspiraba a la Iglesia, en una época tan compleja y convulsa de cambios culturales, de variadas corrientes humanísticas, de búsqueda de nuevas vías de espiritualidad, clarificó criterios y conceptos

La predicación del Maestro Ávila, centrada siempre en el amor de Dios, suponía para todos una acuciante invitación a la santidad. Porque todos, clérigos, religiosos y seglares, estamos llamados a ella. Estaba plenamente convencido de que la vocación cristiana, en cualquier estado de vida, es vocación a la santidad.

Juan de Ávila murió pobre, como había vivido siempre. «Los que no se conocen por pobres, despídanse de las nuevas que trae Jesucristo pobre» (Sermón 3).

(SER Antonio María Rouco)

 Fué un gran comunicador. «Como predicador del Evangelio, gozó de fama de buen comunicador en su tiempo. Llenaba las iglesias y las plazas, motivaba al auditorio a la conversión a Jesucristo y a una vida cristiana más auténtica. Su estilo era natural, elegante, cálido al modo paulino y, además, repleto de figuras atractivas de las que se valía para comunicar los grandes principios de la fe a sabios y gentes sencillas.

M. Juan del Río

Trabajar por el bien común, por amor al Hombre

Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad. Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales. Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis. Ésta es la vía institucional —también política, podríamos decir— de la caridad, no menos cualificada e incisiva de lo que pueda ser la caridad que encuentra directamente al prójimo fuera de las mediaciones institucionales de la pólis. El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político. Como todo compromiso en favor de la justicia, forma parte de ese testimonio de la caridad divina que, actuando en el tiempo, prepara lo eterno.

Caritas in Veritate

Nueva evangelización. Villa de Leyva,Colombia, 1572

Estoy en Villa de Leyva,en Colombia, una pueblo colonial fundado por los españoles de 1572. Hasta aqui llegaron los dominicos, los carmelitas, los agustinos, los franciscanos y jesuitas levantaron Iglesias vivas. Comunidaes en la escucha de la Palabra, que se reunían para celebrar la fracción del pan.

Siempre que llego a una ciudad de América Latina y veo sus iglesias en torno a la Plaza Mayor, me pregunto qué fuerza movía a estos evangelizadores para abandonar su casa y su tierra, cruzar un inmenso océano desconocido y peligroso, afrontar todo tipo de peligros, adentrarse en tierras ignotas, pasar penas, fatigas, subir y bajar cordilleras, para predicar el evangelio. Dios en medio de la realidad, en las calles, en las plazas, entre la gente. Hecho carne.

El evangelizador tiene un fuego en el corazón, y quiere que el mundo se abrase en su llama de amor vivo. Fuego del Espíritu de Cristo resucitado.

¡Ay de mi si no evangelizara!

Plaza Mayor de Villa de Leyva, 1572. Iglesia de los dominicos

Eucaristía de niños en una de las calles de la barriada marginal Santo Domingo Savio, de Medellín. Nueva evangelilzación el 30 de septiembre de 2012

 

Sínodo Evangelización

Ante la proximidad del Sínodo de la evangelización hago míos los deseos que Juan Rubio, director de Vida Nueva, expresa en el último número de la revista.:

1. Apuesto por una evangelización que se haga novedad en el encuentro personal con Jesucristo. El Sínodo debe huir de la ideologización, auténtica plaga que devora a la Iglesia, enfermedad muy extendida en el mundo hoy. Lo nuestro es un “seguimiento”, no un “sistema filosófico”.

2. Toda evangelización comenzará con un profundo y respetuoso amor al hombre y al mundo. No seamos látigo de Sodoma, sino caricia de Nazaret; no vivamos en torreón, sino en tiendas de campaña.

3. Una evangelización que asuma con gratitud la noble historia evangelizadora de la Iglesia, corrigiendo los errores cometidos. La Escritura, la Patrística y la Historia nos harán humildes en la tarea.

4. Los retos evangelizadores del Sínodo no pueden corregir al Vaticano II y su aire nuevo. Esta tentación debe ser remediada desde el principio. El gesto elocuente de cómo “evangelizar” conlleva un amor a la Iglesia.

5. Una evangelización que no suponga la fe, aunque se profese en una cultura cristiana; que sepa abrirse al corazón de los nuevos escenarios sin actitudes altivas. Estamos ante un hombre nuevo y distinto y no podemos seguir predicándole como antes.

6. Evangelización paciente, honda, orante, alejada de la prisa. Una tarea que muchas veces nos haga hablar más a Dios de los hombres que a los hombres de Dios.

7. Una evangelización que se instale en fidelidad creativa y comunión afectiva y efectiva, que huya de los grupos cerrados, sectas religiosas en definitiva; que se aleje de la fragmentación, del aislamiento y del sentimiento de élite. Se pierde tiempo en desafíos ideológicos y condenas absurdas.

8. Una evangelización que no use el proselitismo como arma de fuego letal, sino la oferta de sentido al mundo, la mano abierta.

9. Una evangelización que despierte en el mundo esperanza, alegría, libertad, superando el síndrome del miedo y el fracaso.

10. Y el mejor termómetro para ver si evangelizamos correctamente es comprobar si los pobres, los que sufren, los últimos, son los primeros en recibir esta buena noticia. Solo así transmitiremos la fe a las nuevas generaciones.

Evangelización y santidad

¿Qué mejor que preparar el Sínodo con esta semana tan llena de santos evangelizadores, que nos muestran que la santidad sigue dando frutos?

Aumentar nuestro deseo santidad, como

Santa Teresita del Niño Jesús ( 1 de octubre),  evangelizar desde el amor, en lo pequeño, como los niños, en el Carmelo.

San Francisco de Borja, ( 3 de octubre), evangelizar unido estrechamente a Jesús, teniendo sus mistos sentimientos, dejándome afectar por él, siendo apóstol.

San Francisco de Asís ( 4 de octubre), evangelizar en la pobreza y el desprendimiento, como hermano universal, ofreciedo la paz y el bien a todas las criaturas, mendicante.

Santa Faustina Kowalska ( 5 de cotubre) manifestando la divina miseridordia en medio de nuestro mundo.

San Bruno, desde la soledad y el silencio del eremo, mostrar que solo Dios es absoluto, vida contemplativa.

Aprender de San Juan de Ávila y Santa Hildergarda Von Bingen, auténticos evangelizdores, innovadores, que serán declarados el día 7 Doctores de la Iglesia, por el papa Benedicto XVI, al inaugurar el Sínodo. 

Meditación

Cuanta más confianza tenga un ser humano en otro, mejor podrá amarle; cuanto más se entregue el creador a su obra, esta más le corresponderá. El amor –como el arte o la meditación– es pura confianza. Y práctica, claro, porque también la confianza se ejercita.

La meditación es una disciplina para acrecentar la confianza. Uno se sienta y, ¿qué hace? Confía. La meditación es una práctica de la espera. Pero ¿qué se espera? Nada y todo. Si se esperara algo, esa espera no tendría valor, pues estaría alentada por el deseo de algo de lo que se carece. Por ser no utilitaria, esa espera se convierte en algo genuinamente espiritual.

Todos sabemos lo incómodas que suelen ser las esperas. Como arte de la espera que es, la meditación suele ser muy aburrida. ¡Pues qué fe tan grande hay que tener para sentarse en silencio y quietud! Exacto: todo es cuestión de fe.

Si tienes fe en sentarte a meditar, tanta más fe tendrás cuanto más te sientes con este fin. De modo que podría decir que yo medito para tener fe en la meditación. Al estar aparentemente inactivo, cuando estoy sentado comprendo mejor que el mundo no depende de mí, y que las cosas son como son con independencia de mi intervención. Ver esto es muy sano: coloca al ser humano en una posición más humilde, le descentra, le ofrece un espejo de su medida.

Cuanto más te sientas a meditar, más te quieres sentar y mayor es tu confianza. He llegado a pensar que para el hombre lo más natural es precisamente hacer meditación.»

Pablo D’Ors en Vida Nueva nº 2817

Ser Cristiano

El cristiano tiene una paz profunda, silenciosa, escondida, que el mundo no ve, como un pozo en un lugar apartado y umbrío de difícil acceso. Encuentra agradable estar a solas en cualquier momento; puede reposar su cabeza en la almohada al acostarse, y reconocer ante la mirada de Dios, con el corazón desbordante de gozo, que no le falta de nada, que tiene de todo y en abundancia, que Dios lo ha sido todo para él. Ciertamente necesita más santidad, más cielo, pero el pensar que puede tener más no le crea desazón, sino alegría. No perjudica su paz el saber que puede llegar más cerca de Dios…

El cristiano es alegre, sencillo, amable, atento, sincero y sin pretensiones; no hay en él pretextos ni disimulos ni ambiciones, porque no tiene esperanzas ni temores puestos en este mundo. Hay personas que piensan que la religión consiste en éxtasis místicos o en discursos prefabricados. El cristiano no es de estos.

Beato J. Henry Newman

 

 

El más rico del mundo

Me propongo demandar a la revista «Fortune», pues me hizo víctima de una omisión inexplicable. Resulta que publicó la lista de los hombres más ricos del planeta, y en esta lista no aparezco yo.

Y yo soy un hombre rico, inmensamente rico. Y si no, vean ustedes: tengo vida, que recibí­ no sé por qué, y salud, que conservo no sé cómo. Tengo una familia, esposa adorable que al entregarme su vida me dio lo mejor de la mí­a; hijos maravillosos de quienes no he recibido sino felicidad; nietos con los cuales ejerzo una nueva y gozosa paternidad. Tengo hermanos que son como mis amigos, y amigos que son como mis hermanos. Tengo gente que me ama con sinceridad a pesar de mis defectos, y a la que yo amo con sinceridad a pesar de mis defectos. Tengo cuatro lectores a los que cada dí­a les doy gracias porque leen bien lo que yo escribo mal. Tengo una casa, y en ella muchos libros (mi esposa diría que tengo muchos libros, y entre ellos una casa). Poseo un pedacito del mundo en la forma de un huerto que cada año me da manzanas que habrá­n acortado aún más la presencia de Adán y Eva en el Paraí­so. Tengo un perro que no se va a dormir hasta que llego, y que me recibe como si fuera yo el dueño de los cielos y la tierra.

Tengo ojos que ven y oí­dos que oyen; pies que caminan y manos que acarician; cerebro que piensa cosas que a otros se les habí­an ocurrido ya, pero que a mí­ no se me habí­an ocurrido nunca. Soy dueño de la común herencia de los hombres: alegrí­as para disfrutarlas y penas para hermanarme a los que sufren. Y tengo fe en Dios que guarda para mí­ infinito amor. ¿Puede haber mayores riquezas que las mí­as? ¿Por qué, entonces, no me puso la revista «Fortune» en la lista de los hombres más ricos del planeta? ¿Y a ti, cómo te consideras? ¿Rico o pobre?» Armando Fuentes Aguirre, «Catán»