Saber mirar. Ver (VI)

«Dickinson iba tejiendo otro tipo de épica, basada en  la gloria de lo pequeño, el misterio de lo cotidiano, la universalidad de lo doméstico y de lo privado, la insuperable incomprensibilidad de lo inmediato. Las cosas esenciales de la vida suceden a diario…ante las sucesivas generaciones de ojos que lo saben escrutar, que siempre han sido pocos, ya que se diría que hay que haber nacido con un don especial para saber ver y decir las cosas evidentes»

Juan Marqués en la presentación a

Emily Dickinson, El viento comenzó a mecer la hierba, Nordicalibros

«Inicio del Concilio». Recuerdos de Benedicto XVI

El Papa Juan XXIII había fijado para ese día el inicio del concilio con la intención de encomendar la gran asamblea eclesial que había convocado a la bondad maternal de María, y de anclar firmemente el trabajo del concilio en el misterio El Papa y los padres sinodales en la procesión de entrada a la basílica de Jesucristo. Fue emocionante ver entrar a los obispos procedentes de todo el mundo, de todos los pueblos y razas: era una imagen de la Iglesia de Jesucristo que abraza todo el mundo, en la que los pueblos de la tierra se saben unidos en su paz.

Fue un momento de extraordinaria expectación. Grandes cosas debían suceder. Los concilios anteriores habían sido convocados casi siempre para una cuestión concreta a la que debían responder. Esta vez no había un problema particular que resolver. Pero precisamente por esto aleteaba en el aire un sentido de expectativa general: el cristianismo, que había construido y plasmado el mundo occidental, parecía perder cada vez más su fuerza creativa. Se le veía cansado y daba la impresión de que el futuro era decidido por otros poderes espirituales. El sentido de esta pérdida del presente por parte del cristianismo, y de la tarea que ello comportaba, se compendiaba bien en la palabra “aggiornamento” (actualización). El cristianismo debe estar en el presente para poder forjar el futuro. Para que pudiera volver a ser una fuerza que moldeara el futuro, Juan XXIII había convocado el concilio sin indicarle problemas o programas concretos. Esta fue la grandeza y al mismo tiempo la dificultad del cometido que se presentaba a la asamblea eclesial.

Benedicto XVI, Recuerdos del Concilio

Jesús, evangelio y lugares solitarios

Los lugares solitarios del evangelio son en la naturaleza, en el monte, en el desierto. También a Jesús le gustaba hacer escapadas en barca, se retiraba de la orilla para introducirse en el interior del mar y tomar distancia de la tierra,  y así estar solo.

En nuestro mundo hay muchos lugares solitarios, silenciosos o sonoros: la orilla del mar con el ritmo de sus ruidos; el silencio plateado de la nieve en invierno; el monte en primavera con los pájaros enamorándose; las riveras de los ríos en invierno ensordeciendo los oídos; la alameda en otoño, hojas que se levantan y chocan sin silencio. Y unos más frecuentes para la vida corriente de la ciudad: la mesa de trabajo con los ruidos del teclado o sin ellos, papeles anotados y en la estantería un montón de recuerdos; el parque al amanecer; la cocina con sus aromas y sabores; la calle de madrugada al ir a trabajar; la soledad del coche envuelta en los ruidos de la ciudad; y el instante de uno solo en el vagón del tren. Todos pueden ser lugares solitarios, ruidosos o no, pero lugares para que fluya el silencio en Dios guardado en el corazón.

Lugares solitarios que faciliten la actitud de retirada del mundo para llegar a la profundidad del contacto con Dios desde lo más íntimo de uno mismo, con la esperanza de que la bondad de Dios abrase el corazón.

Busquemos, como Jesús, el lugar solitario para intentar entrar en la Presencia, y así recibir vida para vivir con la libertad de Jesús practicada por  María, su madre.

Isabel Cano en su blog Orar con una Palabra

La vida es sueño

Sus temores son nuestros temores, sus anhelos son nuestros anhelos, su lucha por sobrevivir en un mundo habitado por la incertidumbre es la nuestra. Sus palabras…se encuentran en nuestra alma y la engrandecen y serenan…

Nos admira, en definitiva, la capacidad del ser humano de dibujarse a sí mismo, de reconstruirse, a través del pensamiento, de la inteligencia, de la comprensión de lo humano, de la búsqueda de la verdad, ora en la ficción, ora en la realidad.
 
Helena Pimenta, directora de la versión de La vida es sueño,  de Calderón de la Barca, CNTC 2012

Nuevos doctores de la Iglesia. Nueva evangelización.

Desde hoy tenemos dos nuevos doctores de la Iglesia. Los dos evangelizdores. Que nos muestran cómo tenemos que segir evangelizando en medio de nuestra sociedad.

Santa Hildergarda von Bingen

Hildegard von Bingen, la monja alemana cuya doctrina iluminó la Edad Media. Consejera de pontífices y emperadores, ha sido una de las grandes mujeres “olvidadas” en la historia: mística, poeta, compositoria de bellísimas polifonías musicales, autora de libros de medicina natural, escritora, visionaria, abadesa, mujer polifacética.

Fue una de las personalidades más fascinantes y multifacéticas, en la Edad Media, del  Occidente europeo. En esta figura, se muestra un paradigma de la labor del intelectual. La rebeldía, la voz profética, la valentía ante los poderes del mundo, la nitidez en el pensamiento.

Fajada en mil batallas, supo estar a la altura de las circunstancias y sacar con las herramientas de la época la crítica oportuna, la luz necesaria y el compromiso adecuado para dejar oír su voz en medio de un mundo en crisis, un mundo que se iba transformando.

(Juan Rubio)

San Juan de Ávila

Y cuando delante de Dios se hallaren, trabajen más por escucharle que por hablarle, y más por amarle que por entenderle» Juan de Avila

Como verdadero humanista y buen conocedor de la realidad, la suya es  una teología cercana a la vida, que responde a las cuestiones planteadas en el momento y lo hace de modo didáctico y comprensible.

Es también promotor de interesantes iniciativas que le hacen, de algún modo, pionero del derecho internacional, proponiendo la creación de un tribunal de arbitraje para evitar conflictos armados.

Propuestas de tan elevado alcance, junto con la mirada contemplativa al acontecer cotidiano y a la naturaleza que también nos habla del Creador: «Decí, ¿no habéis visto amanecer alguna mañana? Es cosa mucho de ver. Parece milagro de Dios ver cómo va saliendo el alba, ver cómo cantan todas las avecillas, unas bien, otras mal; es milagro verla; no parece sino que todas llaman a Dios en su manera, todas bendicen a Dios» (Sermón 62).

 «Mira todos —escribe también— los beneficios que Dios te tiene hechos, porque todos ellos son prendas y testimonios de amor. Todo cuanto hay en el cielo y en la tierra, y todos cuantos huesos y sentidos hay en tu cuerpo» (Trat. Amor de Dios, i, 952). «Mírese un hombre mesmo a sí, mire el cielo y mire la tierra, y vea que todo es leña de beneficios para encender en el hombre el fuego del divino amor» (Sermón 70).

Atento a captar lo que el Espíritu inspiraba a la Iglesia, en una época tan compleja y convulsa de cambios culturales, de variadas corrientes humanísticas, de búsqueda de nuevas vías de espiritualidad, clarificó criterios y conceptos

La predicación del Maestro Ávila, centrada siempre en el amor de Dios, suponía para todos una acuciante invitación a la santidad. Porque todos, clérigos, religiosos y seglares, estamos llamados a ella. Estaba plenamente convencido de que la vocación cristiana, en cualquier estado de vida, es vocación a la santidad.

Juan de Ávila murió pobre, como había vivido siempre. «Los que no se conocen por pobres, despídanse de las nuevas que trae Jesucristo pobre» (Sermón 3).

(SER Antonio María Rouco)

 Fué un gran comunicador. «Como predicador del Evangelio, gozó de fama de buen comunicador en su tiempo. Llenaba las iglesias y las plazas, motivaba al auditorio a la conversión a Jesucristo y a una vida cristiana más auténtica. Su estilo era natural, elegante, cálido al modo paulino y, además, repleto de figuras atractivas de las que se valía para comunicar los grandes principios de la fe a sabios y gentes sencillas.

M. Juan del Río

Trabajar por el bien común, por amor al Hombre

Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad. Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales. Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis. Ésta es la vía institucional —también política, podríamos decir— de la caridad, no menos cualificada e incisiva de lo que pueda ser la caridad que encuentra directamente al prójimo fuera de las mediaciones institucionales de la pólis. El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político. Como todo compromiso en favor de la justicia, forma parte de ese testimonio de la caridad divina que, actuando en el tiempo, prepara lo eterno.

Caritas in Veritate

Sínodo Evangelización

Ante la proximidad del Sínodo de la evangelización hago míos los deseos que Juan Rubio, director de Vida Nueva, expresa en el último número de la revista.:

1. Apuesto por una evangelización que se haga novedad en el encuentro personal con Jesucristo. El Sínodo debe huir de la ideologización, auténtica plaga que devora a la Iglesia, enfermedad muy extendida en el mundo hoy. Lo nuestro es un “seguimiento”, no un “sistema filosófico”.

2. Toda evangelización comenzará con un profundo y respetuoso amor al hombre y al mundo. No seamos látigo de Sodoma, sino caricia de Nazaret; no vivamos en torreón, sino en tiendas de campaña.

3. Una evangelización que asuma con gratitud la noble historia evangelizadora de la Iglesia, corrigiendo los errores cometidos. La Escritura, la Patrística y la Historia nos harán humildes en la tarea.

4. Los retos evangelizadores del Sínodo no pueden corregir al Vaticano II y su aire nuevo. Esta tentación debe ser remediada desde el principio. El gesto elocuente de cómo “evangelizar” conlleva un amor a la Iglesia.

5. Una evangelización que no suponga la fe, aunque se profese en una cultura cristiana; que sepa abrirse al corazón de los nuevos escenarios sin actitudes altivas. Estamos ante un hombre nuevo y distinto y no podemos seguir predicándole como antes.

6. Evangelización paciente, honda, orante, alejada de la prisa. Una tarea que muchas veces nos haga hablar más a Dios de los hombres que a los hombres de Dios.

7. Una evangelización que se instale en fidelidad creativa y comunión afectiva y efectiva, que huya de los grupos cerrados, sectas religiosas en definitiva; que se aleje de la fragmentación, del aislamiento y del sentimiento de élite. Se pierde tiempo en desafíos ideológicos y condenas absurdas.

8. Una evangelización que no use el proselitismo como arma de fuego letal, sino la oferta de sentido al mundo, la mano abierta.

9. Una evangelización que despierte en el mundo esperanza, alegría, libertad, superando el síndrome del miedo y el fracaso.

10. Y el mejor termómetro para ver si evangelizamos correctamente es comprobar si los pobres, los que sufren, los últimos, son los primeros en recibir esta buena noticia. Solo así transmitiremos la fe a las nuevas generaciones.

Meditación

Cuanta más confianza tenga un ser humano en otro, mejor podrá amarle; cuanto más se entregue el creador a su obra, esta más le corresponderá. El amor –como el arte o la meditación– es pura confianza. Y práctica, claro, porque también la confianza se ejercita.

La meditación es una disciplina para acrecentar la confianza. Uno se sienta y, ¿qué hace? Confía. La meditación es una práctica de la espera. Pero ¿qué se espera? Nada y todo. Si se esperara algo, esa espera no tendría valor, pues estaría alentada por el deseo de algo de lo que se carece. Por ser no utilitaria, esa espera se convierte en algo genuinamente espiritual.

Todos sabemos lo incómodas que suelen ser las esperas. Como arte de la espera que es, la meditación suele ser muy aburrida. ¡Pues qué fe tan grande hay que tener para sentarse en silencio y quietud! Exacto: todo es cuestión de fe.

Si tienes fe en sentarte a meditar, tanta más fe tendrás cuanto más te sientes con este fin. De modo que podría decir que yo medito para tener fe en la meditación. Al estar aparentemente inactivo, cuando estoy sentado comprendo mejor que el mundo no depende de mí, y que las cosas son como son con independencia de mi intervención. Ver esto es muy sano: coloca al ser humano en una posición más humilde, le descentra, le ofrece un espejo de su medida.

Cuanto más te sientas a meditar, más te quieres sentar y mayor es tu confianza. He llegado a pensar que para el hombre lo más natural es precisamente hacer meditación.»

Pablo D’Ors en Vida Nueva nº 2817

Otoño

Hace dos día ha entrado el otoño. En realidad vino antes. Lo vimos, al menos en Extremadura, paseándose solo por el campo algunas tardes de agosto, a esa hora en que  los días empiezan a perder luz. Cada estación se hace preceder de momentos que la presagian y gusta prolongarse en otros; por ejemplo, sin que haya terminado aún el verano, un día, de pronto, sentimos que ha pasado ya, y con él la algarabía azul de sus mañanas y la templanza de sus noches estrelladas, al igual que algunos días de abril podemos sentir cómo el invierno, que en principio había salido de escena, regresa intempestivamente atemorizando a la gente y metiéndola de nuevo en las casas con sus bravatas de escarcha y hielo.(…)

Lo que desearía uno leer en la primera página de los periódicos, hoy, ahora mismo, sería el poema al otoño de Keats. Sigue siendo noticia, dos siglos después de ser escrita, al contrario que estas noticias que se marchitarán antes de que se ponga el sol. Ninguna de ellas es tan importante como esos versos. Y eso sólo se sabe, por desgracia, cuando se van cumpliendo años. Lo mismo que esto: todo puede esperar, crisis, ruinas, estafas (de la política ni hablamos), pero no el otoño. Tengo entendido, por cierto, que algunos consideran reaccionario hablar del  otoño, o peor, cursi.» Andrés Trapiello